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Felisa y el espejo mágico


 

Como cada mañana, muy temprano, la niña Felisa recorre las calles de la colonia Industrial. Va contenta porque le lleva el desayuno a su abuelita que vive del otro lado del bulevar López Mateos, en el Barrio Arriba. Cada mañana atraviesa el parque Hidalgo. Le gusta pasar por entre los árboles mientras cientos de pájaros cantan felices.

Felisa tiene nueve años y va en cuarto año. Es la niña de menor estatura en su grupo. Tiene pecas en su rostro y usa lentes gruesos, pues le falla la vista. Sus compañeros y vecinos se burlan de ella y ella sufre mucho por eso.
Felisa siente que nadie la quiere.
Esa mañana, cuando pasa por el parque aún no sale el sol totalmente. Todavía está oscuro. Cuando pasa por la parte central del parque, escucha un sonido en el suelo. Ella se detiene. Se oye como algo que se rompe, como una olla de barro que truena bajo sus pies.
De pronto, los pájaros que cantan sobre las palmeras del parque se alborotan y vuelan. Felisa levanta la mirada y en ese momento, el piso donde está parada desaparece y ella cae un un agujero totalmente oscuro.
Dice la gente grande que por toda la ciudad hay túneles que comunican un parque con un templo, un cerro con una casa, etcétera. Y que esos túneles los hicieron nuestros antepasados para esconderse y huir de los peligros. Pero nadie sabe bien dónde están ni por donde pasan esos túneles. Bueno, ahora Felisa sí sabe.
Cuando Felisa cae en el agujero, no ve nada, sólo siente un golpe suave al caer sobre un montón de hojas de árbol secas. Se queda un momento en silencio y se da cuenta que el ambiente es húmedo y que huele a humo dulce, o sea, a incienso.
De pronto, ve que se acerca lentamente una luz que parpadea.
Buenos días, Quetzalli Felisa (que en náhuatl quiere decir preciosa Felisa).
Buenos días, señor -responde Felisa sin miedo, pero sorprendida de que el anciano que acaba de aparecer sepa su nombre.
El hombre debe tener muchísimos años. Es tan anciano que es difícil determinar su edad. Es delgado y bajito, pero fuerte aún. Tiene el cabello largo y totalmente blanco. En su mano izquierda lleva una vela con la que ilumina el túnel, en la mano derecha lleva un pequeño costalito de tela.
- Me caí, señor… -dice Felisa- Iba caminando por el parque para ir a dejarle su desayuno a mi abue, pero la tierra se abrió y…
Lo sé todo mi niña. Yo mandé abrir la tierra. Sé lo que pasa en tu corazón y te hice venir porque quiero darte un regalo.
¿Pero cómo me conoce, señor? ¿Y cómo sabe cómo me siento?
Mi nombre es Tezcatl, (que quiere decir “espejo” en náhuatl). Vivo desde hace cientos de años en estos túneles y los conozco tan bien como conozco los corazones de las personas que viven arriba, en la ciudad.
A pesar de la sorpresa y de lo extraño de esta aparición, Felisa no tiene miedo. Algo dentro de ella le dice que puede confiar en Tezcatl, que es un buen hombre.
Yo soy sólo un viejo descendiente de los chichimecas, el pueblo que habitó esta tierra hace muchísimos años. Yo vivo aquí, abajo… Soy la fuerza y la sabiduría chichimeca que vive en estas tierras y soy también la fuerza y la sabiduría que corre por tus venas…
A ver niña, dime, cuéntame, ¿qué es lo que te pone triste?
Pues… Esque mis compañeros en la escuela se burlan de mí porque soy chaparrita, porque tengo pecas y también porque uso estos lentes. También mis vecinos se ríen de mí… Y mis papás, pues siempre se están peleando y no me hacen caso. Yo creo que ni me quieren…
En este momento, los ojos de Felisa se llenan de agua y una lágrima brota despacio por su mejilla derecha.
Justo ahora, el primer rayo de sol entra por una rendija que hay en el techo del túnel e ilumina un poco el ambiente.
-A ver, Quetzalli Felisa. Mira, en este costalito hay algo te quiero mostrar.
El rayo de sol entra directamente sobre don Tezcatl y el anciano saca del costalito un espejo que pone sobre una piedra. El espejo brilla de una manera extraña, con muchos colores.
-Mira, niña, ¿qué ves en él?
Y en ese momento Felisa se acerca tímidamente al espejo. Cuando ve su rostro en él, su expresión cambia, se ilumina y sus labios dibujan una gran sonrisa.
Don Tezcatl, ¡Soy muy hermosa! ¿qué espejo es éste? -grita asombrada Felisa.
Es el espejo de tu alma, mi niña. Esa que ves es la auténtica Felisa, la que vive dentro de ti. Ahora te puedes ver tal cual eres: ¡eres hermosa! Lo que vemos en las personas es sólo apariencia, lo que de verdad importa es lo que tenemos dentro…
Durante un largo rato, Felisa se queda observando su rostro en el espejo: feliz de descubrirse tal cual es, con todo su esplendor.
Don Tezcatl guarda cuidadosamente el espejo en el costalito, se pone en cuclillas frente a Felisa y le dice amorosamente:
- Cada vez que alguien te diga cosas, entiende que ellos no han alcanzado a ver tu verdadero yo. Tú sí te conoces. Tú sabes cuánto vales y lo hermosa que eres por dentro. Compréndelos y no te dejes afligir por sus palabras…
- Ahora, veo que se te ha hecho tarde, Felisa. Te voy a llevar a la casa de tu abuela por un túnel que conozco.
Y los dos caminan rápido por un túnel que comunica el Parque Hidalgo con el Cerro del Calvario. En pocos minutos ambos llegan debajo de una coladera, que el anciano levanta para que Felisa pueda salir.

Antes de subirla, le entrega el costalito con el espejo y le dice:
- Recuerda siempre Felisa, lo más importante de las personas no se puede ver a simple vista. Es necesario ver con los ojos del corazón. Ese es tu espejo mágico: tu propio corazón…
Y Felisa sale a la luz nuevamente, con una visión nueva de la vida y segura de su propio valor.

Por: Salvador Ramírez Martínez
Escuela Primaria “Aquiles Serdán”
14 de octubre de 2015

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