banner publicidad 1

Un intruso sediento


En los terrenos que hoy ocupan la esquina del bulevard Mariano Escobedo y Miguel Aleman, se hallaba hace muchos años el primer rastro de la ciudad. Una amplisima extensión de terreno, la cual abarcaba varias calles y cuadras, en lo que hoy es la calle Parral y Merced, todo era un vasto terreno lleno de corrales y establos, donde se guardaban los animales que no eran aceptado en el rastro o bien se embarcaban en los camiones a diferentes puntos del Bajio, y a los altos, por estar en un punto estratégico en ambas regiones.

Aun están algunas ruinas de aquellos corrales, junto con los bebederos de los animales, en donde la dirección de transito hace tiempo guardaba su unidades. Pues bien, los ganaderos y empleados, ocupaban un mesón el cual estaba ubicado sobre lo que hoy es la calle Parral, buena parte de la finca aun esta en pie, característica por un enorme sauz de la India, el cual esta en el patio. El frente de esta casa y su local de cereales, esta sobre a venida la Merced y Parral.

Pues bien, allá por los años sesenta, el circo Atayde del cual ya narré una trágica historia, se asentaba en los terrenos de lo que hoy es el Fraccionamiento Guadalupe, que en aquel tiempo era solo un enorme baldío. Entre las muchas atracciones, los animales siempre eran objeto de admiración de toda la gente que asistía a ver los espectáculos. Estos eran expuestos durante el día detrás de sus rejas en los corrales que improvisaban para tal efecto.

Una de tantas noches, unos ruidos extraños despertaron a los clientes del mesón, los ruidos provenían de una de las entradas principales, algo o alguien intentaban meterse a los corrales o al patio.
Sigilosamente algunos empleados, fueron a ver de que se trataba, grande fue su sorpresa y casi de se desmayan de la impresión, al ver en el patio a un enorme elefante, tranquilamente bebiendo agua de una de las pilas. Sin ningún decoro, la bestia no se dejó amedrentar y sin pena siguió saciando su sed, De cuando en cuando veía a los hombres, tal vez esperando a que estos le pidieran de su pila. 

Después de beber, agitó las orejas en señal de agradecimiento y dando media vuelta, regresó al circo, el cual estaba solo a unos pasos. La invasión del orejudo intruso, se dio por parte de un descuido del circo, según se dijo esa noche olvidaron darle agua. El elefante no aguantó la sed, y al oler el rastro del agua en los corrales del mesón, no esperó mas y fue siguiéndolo. Entrando por la puerta principal, no esperó a que le abrieran, con su enorme trompa la arrancó de tajo.

FIN
Créditos: Jesús Aguas

No hay comentarios.

'; (function() { var dsq = document.createElement('script'); dsq.type = 'text/javascript'; dsq.async = true; dsq.src = '//' + disqus_shortname + '.disqus.com/embed.js'; (document.getElementsByTagName('head')[0] || document.getElementsByTagName('body')[0]).appendChild(dsq); })();