El chan ( el diablo o nahual )
LA LEYENDA DEL CHAN
No obstante lo increíble que parecieran las historietas que una y otra vez se contaban, a nadie le hubiera gustado conocer personalmente a cualquiera de los personajes de aquellos cuentos; toparse con el diablo, ponía los pelos de punta con solo pensarlo; encontrarse con el nagual, por lo menos provocaba que los pantalones se humedecieran o conocer a la Llorona, ¡Dios guarde la hora! exclamaría cualquier habitante de nuestro pueblo Apaseo el Alto y santiguarse de inmediato para ahuyentarlo.
No obstante lo increíble que parecieran las historietas que una y otra vez se contaban, a nadie le hubiera gustado conocer personalmente a cualquiera de los personajes de aquellos cuentos; toparse con el diablo, ponía los pelos de punta con solo pensarlo; encontrarse con el nagual, por lo menos provocaba que los pantalones se humedecieran o conocer a la Llorona, ¡Dios guarde la hora! exclamaría cualquier habitante de nuestro pueblo Apaseo el Alto y santiguarse de inmediato para ahuyentarlo.
Pero había un personaje que al escuchar la narración de su leyenda, infundía temor pero también curiosidad; significaba un freno para quienes merodeaban el lugar que habitaba, pero también un reto para percatarse de su existencia: ese personaje era nada menos que "El Chan". La Leyenda del Chan despertaba un enorme interés de ir algún día al Tajo, echarse la pinta, ir con algún amigo y sumergirse por la acequia del nacimiento, nadar hasta la cueva, penetrar en ella hasta las entrañas de la tierra y tener un encuentro con aquel ser que decían era de otro mundo. Nadie acertaba definirlo, quienes decían haberlo visto, según el miedo, así lo describían.
En la zona sureste del pueblo de Apaseo el Alto, sobre un accidente geológico conocido como La Cañada existe un gran número de manantiales desde tiempo inmemorial. Las aguas que se generaban en las cercanías parecían brotar de mantos freáticos inagotables, muchos asentamientos humanos se instalaron en las orillas de esos parajes donde el vital líquido abundaba; ahí se ubicaron los milenarios habitantes del pueblo, una vez que abandonaron las cuevas de las abruptas montañas al poniente del lugar, allá por la Cueva del Cedazo y la Cueva del Rico. Ahí estuvo Rahatzi, el asentamiento que después se derivó en Apaseo el Alto.
De todos los manantiales existentes, había uno particularmente generoso: abundante en sus aguas, cálidas, cristalinas y generador de cualquier tipo de vida, desde donde se le mirara parecía un espejo donde se reflejaba el celestial color del firmamento Apaseoaltense. Nuestros antepasados celebraban en sus márgenes los rituales del sacrificio humano y las ofrendas a sus dioses.
A la llegada de los españoles, las aguas de ese manantial les fueron arrebatadas a los naturales de la zona y conducidas a las haciendas colindantes. No contentos con haber usurpado aquel nacimiento, construyeron en 1892 una profunda acequia para captar el agua que emanaba de otros pequeños nacimientos y aguajes. A ese canal construido de manera artificial se le conoció desde entonces como "El Tajo".
Urgidos de abastecerse de agua para beber, bañar y asear la ropa, los habitantes de la zona tenían que recurrir al lugar para satisfacer todas sus necesidades; los ociosos comenzaron a desforestar las zonas aledañas, a contaminar el agua, a saquear los Cués instalados sobre el Cerro de San Isidro y a explorar una milenaria cueva por donde salía el agua a la superficie. Fue entonces cuando se inició la leyenda...
Los eternos aventureros, no conformes con explorar la profundidad de las aguas comenzaron a indagar en el interior de la caverna; con un falso valor, se auxiliaban de antorchas humeantes y sobre el fondo del subterráneo río se fueron depositando objetos ajenos a la vida acuática. Las luces y los ruidos en el interior de la cueva fueron provocando la metamorfosis y la ira de las distintas especies que ahí habitaban; una y otra ocasión veían perturbada su tranquilidad y la impotencia por impedirlo se fue transformando en odio.
Pero un día de tantos, algunos de esos aventureros se internaron en la cueva y misteriosamente desaparecieron: quienes se habían rezagado únicamente habían escuchado el grito reprimido de alguien que había intentado pedir auxilio; llenos de temor y en sus caras el reflejo del terror, regresaron al poblado y después de contar lo sucedido nadie daba crédito a la coartada.
La desaparición misteriosa de exploradores en el interior de la cueva fue cada vez más frecuente: se argumentó que como la cueva no tenía fin, los ríos subterráneos los habían arrastrado, hasta que algunos comenzaron a hablar de un extraño ser que ahí vivía y que era el que se tragaba a la gente. Sin embargo sus versiones no fueron aceptadas por nadie: decían que era un ser mitad diablo, mitad chivo, cubierto de pelos largos y viscoso; otros decían que era un pez con hocico de puerco, lleno de plumas y cuerpo de víbora; otros más aseguraban que tenía la cara del diablo con pezuñas como de carnero, pero la verdad era que no había alguien que lo hubiera visto de cerca.
Los más avezados aventureros, despojados de cualquier temor y con algunos pulques o mezcales en la barriga, se atrevieron a espiarlo escondidos en la oscuridad. Después de muchas noches de espera, un día por fin apareció. Los tres que lo vieron no coincidían en su aspecto: el más viejo de todos decía que tenía cuernos, que se había sentado sobre una roca cercana a la entrada de la cueva y con un instrumento musical entonaba hermosas melodías; que después se montó en un unicornio y se introdujo a la cueva y no había salido más. El más joven de los indiscretos, dijo que el ser tenía apariencia humana de la cintura hacia arriba pero cubierto totalmente de cabello y en vez de pies, tenía tentáculos con cabeza de serpiente.
La contaminación y deterioro del lugar, los pleitos por el agua y las misteriosas desapariciones se sucedieron con más frecuencia. El sacerdote del lugar acudió una y otra vez a rezar en el lugar, pero sin impedir la barbarie de los ociosos. Un anciano de cerca de cien años que manifestó haber nacido en el lugar, al igual que su padre y sus abuelos, narró entonces lo que generación tras generación se había heredado entre los pobladores del lugar con relación al antropomorfo personaje.
Decía por principio de cuentas, que "El Chan" no se comía a la gente por gusto, decía que solo castigaba a quienes acudían a aquel sagrado lugar a hacer "cosas malas", cosas que pudieran ir contra la moral de los vecinos, a contaminar el agua y a sacrificar los animales acuáticos. Las crónicas más antiguas decían que ese manantial se conocía como "El charco del mono", quizá porque los indígenas del lugar habían sumergido ahí a uno de sus grandes dioses del agua o porque desde aquellos lejanos tiempos ya habían descubierto la existencia del misterioso ser. Uno de los primeros sacerdotes que pasó por Apaseo el Alto a finales del siglo XVI aseguraba que "El Chan" había sido una persona que alguna vez había vivido en las inmediaciones del lugar y que por haber maldecido la abundancia del agua, había muerto ahogado y condenado a salvaguardar la pureza de sus aguas. Sugirió entonces a los habitantes del pequeño villorrio que echaran agua bendita sobre el cauce de aquel nacimiento y el maleficio terminaría...
A finales del siglo XIX el quimérico ser aún aparecía con frecuencia. Un sacerdote recién llegado al pueblo, fue invitado a bañar en las cálidas aguas de aquel vertedero y se le ocurrió lavar su mugroso sayal en las transparentes aguas y por poco se convierte en una víctima más del Chan, quien molesto no distinguía oficios, así se tratara santiguados personajes. Arrepentido el clérigo por su falta, se quiso convertir en guardián del sitio que consideraba había sido sagrado para los miembros de la milenaria cultura que ahí se había asentado.
Aquel sacerdote creyó que con agua bendita se acabaría el embrujo del lugar; fue a su ermita, tomó sus hábitos y otras vituallas. De vuelta al lugar, rezó la Magnificat y tres Ave María y arrojó agua bendita al lugar, repentinamente se dejó caer un enorme aguacero, muchos relámpagos y rayos que se reflejaban en el agua, los coyotes aullaban a lo lejos... Conforme pasaron los días, el agua fue mermando hasta llegar a su total desaparición, El Tajó se secó...
Algunos metros dentro de la cueva, sobre un charco de lodo y material gelatinoso y mal oliente fue encontrado el cuerpo de "El Chan"; un grupo de jovencitos lo sacaron y pasearon por algunas calles de Apaseo el Alto, hasta que un repartidor de pan Bimbo les compró el cuerpecillo inerte del misterioso personaje para llevarlo dizque al Museo de Antropología.
Curiosamente, algunos de los muchachos que sacaron el cuerpo del Chan, a uno le apodaban el Diablo y a otro el Nagual... a los cuantos días del acontecimiento, uno comenzó a quedarse medio loco y el otro murió ahogado en un río subterráneo de los Estados Unidos.
Actualmente ese mítico lugar está en el absoluto abandono, sin que nadie se preocupe por remozarlo y hacer del mismo un sitio de turismo y convivencia familiar. Las autoridades no lo visitan porque le tienen pavor al Chan...
(Por Elia Martínez )
(Por Elia Martínez )
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