Doña Quitita Obregón
Todas las familias guardan un secreto oscuro… desde la más humilde hasta la más encumbrada. Si hoy en día no se ventilan en público esas "vergüenzas", imagínense a mediados del siglo XIX.
Tal fue el caso de la leonesa y muy aristocrática familia Obregón, descendientes todos ellos de don Antonio de Obregón y Alcocer, el conde de la Valenciana.
Cuenta la leyenda que Francisquita Obregón, una agraciada adolescente, la noche de navidad dejó caer al niño Jesús mientras lo arrullaba, haciéndose pedazos contra el piso. Tratábase de una figura muy antigua en la familia, y aunque dolió hondamente la pérdida, nadie le dio mayor importancia; hasta que la mala fortuna se ensañó con "Quitita", como le decían de cariño a la guapa Francisca.
Todo comenzó una semana después, en año nuevo: Estaban Quitita y sus primos jugando en el almacén del rancho, cuando la adolescente se cortó la mejilla con una hoz. Por desgracia la herida fue tan profunda que dejaría una cicatriz de por vida, restándole belleza.
La infección fue tan terrible, que cuentan que en su cama se arqueaba de tal manera que sólo la cabeza y la punta de los pies tocaban el colchón.
Afortunadamente logró sobrevivir a la enfermedad, aunque la falta de oxígeno le ocasionó un leve daño cerebral que no la dejó inválida, pero si le afectó el comportamiento.
Desarrolló belonefobia, que es el miedo incontrolable a cualquier objeto filoso o puntiagudo, lo que ocasionó que dejara de asistir a cualquier evento social e incluso salir por las noches a pasear por la plaza principal con su madre y hermanas.
Con el paso del tiempo todas las jovencitas de su edad se casaron, pero Quitita se quedó a "vestir santos". Murieron sus padres y quedó a cargo de las hermanas, quienes le restringían mucho las salidas, debido a que no podían garantizar su comportamiento en público.
Una divertida anécdota cuenta don Mariano González Leal de cuando doña Quitita ya era cuarentona: "En la recepción al Emperador Maximiliano, en plena plaza principal, y entre los vítores populares, doña Francisca gritó repentinamente con toda su potente voz: ¡Qué vivan los calzones de doña Andreita Cobo! -Una dama socialmente respetada-. El grito de Quitita causó vergüenza en algunos, hilaridad en otros, y sorpresa en el Emperador, quien luego comentó entre sus allegados el pintoresco sucedido".
Ya de vieja, doña Quitita solía escapar de casa cargando un par de canastas… corría al basurero del mercado El Parián y cargaba con cuanta fruta podrida podía, la cual luego escondía bajo su cama.
Cuentan que poco antes de la inundación de 1888 la encontraron muerta en su mecedora, completamente calva y con un gato en el regazo.
Créditos: valledesenora.mx
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