Martín el gruyero
Zona peatonal en la década de los años 60.
Dejó la escuela a temprana edad, sin embargo era muy inteligente, sobre todo si se trataba de administrar el dinero. Con su magro sueldo había logrado instalar una miscelánea allá en el barrio del Coecillo, a unas cuadras del jardín de San Francisco, la cual atendía su esposa y que les ayudaba con los gastos mensuales.
Corrían los primeros años de la década de 1950… Martín se levantó temprano aquella fría mañana y caminando se fue a su trabajo, que por entonces consistía en operar la excavadora que retiraba los escombros del recién derribado Monasterio Franciscano que se encontraba en la Plaza Principal; donde se construiría un moderno edificio de departamentos que también albergaría una tienda gringa llamada Woolworth.
Sus compañeros se encontraban calentando tortillas en un fogón cercano mientras él, con su máquina, derribaba una vieja pared de ladrillos de adobe -que Martín no imaginaba, habían levantado unos indios esclavos hacía más de trescientos años-. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver que junto con la pared se derramaba al piso una cascada de brillantes monedas doradas que salían de una olla de barro que sin querer había perforado!
Llenó los bolsillos de su pantalón con aquellas monedas, pero al darse cuenta que ya estaban repletos se quitó la chamarra, la colocó en el polvoso suelo y sobre ella frenéticamente comenzó a arrojar cuanta calderilla de oro pudo.
Alertados por el singular tintineo del metal, que nadie en su sano juicio puede ignorar, los otros trabajadores ya habían llegado a su lado y a manotazos y empujones se arrebataban el tesoro.
Antes de que otra cosa sucediera, Martín hizo un nudo con las mangas de la chamarra y cargando aquel pesado fardo salió corriendo de la construcción. Por la calle Hidalgo enfiló rumbo a Álvaro Obregón y fue la última vez que alguien lo vio en la ciudad.
No se interpuso una denuncia formal, tal vez porque no se cometió ningún delito; sin embargo la policía se puso a investigar el incidente, pues alguien calculó que "El Gruyero" se había llevado una fortuna que rondaba entre los dos y cinco millones de pesos a valor actual.
Durante un buen tiempo vigilaron a la familia de Martín para ver si el nuevo millonario asomaba la cabeza, sin embargo ni sus más allegados supieron más de él… o eso se supone.
Pasado el tiempo su esposa e hijos desaparecieron también; más tarde lo hizo la hermana y finalmente sus padres. La casa quedó abandonada con muebles y todo… una década después la reclamó un familiar y la historia pasó a ser un mito del que se sigue hablando.
Parte del botín fue apareciendo con el transcurso de los años en casas de empeño de Durango, Zacatecas y hasta Oaxaca.
Hoy en día la finca de los padres de Martín funciona como una peletería.
Creditos: valledesenora.mx
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