El barrio del Coecillo (imágenes)
El barrio del Coecillo es uno de los más antiguos de la ciudad mexicana de León, Guanajuato. Fundado alrededor de 1578 como un pueblo de indios, donde habitaron los indígenas que fungieron como mano de obra en la construcción de la incipiente villa, hoy es uno de los barrios más tradicionales de la ciudad.
El Coecillo fue hasta el siglo XIX un pueblo distanciado de la ciudad por una importante barrera natural: el río de los Gómez. Este río, que se ha desbordado varias veces a lo largo de la historia de la localidad, marcó una separación definitiva hasta bien entrado el siglo XX entre el pueblo del Coecillo y el resto de la ciudad. Hasta el siglo XIX su actividad productiva había sido la agricultura. Sabemos que a principios del siglo XX ya se dedicaban a la fabricación de rebozos, herrajes y monturas y sin tener muy claras las causas, después del periodo revolucionario, con el decaimiento de estas industrias, el barrio pasó a formar parte del sistema mono industrial que fue el emblema de la ciudad de León el siglo pasado: la fabricación de zapato.
La identidad es una construcción social y cultural, que supone acuerdos colectivos. Para poder reconocerse como miembros de un grupo social, ligado a un territorio, los individuos necesitan elementos que les permitan, en primer lugar, distinguir ese territorio de otro y entonces construir un sentido de pertenencia a él. Estos elementos necesitan basarse en las características que los miembros del grupo tienen en común, en los acuerdos colectivos, es decir, deben ser representaciones compartidas, aceptadas por todos los miembros de la sociedad que las objetiva y adjetiva.
En el Coecillo los lugares de identidad son claramente identificados por los habitantes: las dos plazas gemelas que existen frente a los dos templos principales: San Juan del Coecillo y San Francisco. En cada una de ellas se realizan las festividades más importantes del barrio, en los ámbitos cultural y religioso.
Estos componentes espaciales permiten la identificación con el grupo y la diferenciación respecto a otros grupos sociales; esto es la base de la construcción de su identidad. Los grupos necesitan elementos homogeneizadores, símbolos con los cuales “identificarse” y a los que hacer alusión cuando se refieren al espacio que el grupo habita, y son especialmente necesarios para los grupos que están ligados a territorios muy específicos. Por su escala, los espacios de la identidad tienen por lo general la característica de ser reconocidos por todos los miembros de la comunidad, además de que son fácilmente identificables en el paisaje circundante. Al ser el símbolo del territorio que ocupa la comunidad se convierten también en el símbolo de la comunidad misma.
La identidad es ante todo un proceso de interacción social que se recrea constantemente a través del tiempo y en el espacio, y para el individuo siempre será importante renovar los vínculos de pertenencia con el grupo mediante ritos o tradiciones, manifestaciones a gran escala del ‘alma’ del grupo, cuya velada intención es dotar de homogeneidad y coherencia al mismo.
Los ritos que constituyen una práctica de pertenencia a un lugar, se realizan en los mencionados lugares que adquieren carácter simbólico, son un elemento de identificación esencial, que debe distinguirse y distinguir a una comunidad. Me interesa resaltar la importancia de estos ritos y tradiciones porque cada uno de ellos representa verdaderas manifestaciones intencionales de la identidad. Son la reafirmación de los pactos colectivos y de pertenencia al grupo además de una manera de reasumir los espacios como propios. A través de estas manifestaciones colectivas los sujetos sociales se asumen de nuevo como parte de la comunidad, literalmente se reintegran a ésta como parte activa de la festividad, reasumen su posición social, su lugar dentro del grupo; a la vez que al emplear el espacio de esta manera lo dotan de sentido. El espacio público y la arquitectura, como marco de estas expresiones del espíritu colectivo, se reasumen como gestores de identidad.
En el Coecillo, cualquier domingo la última misa de la jornada es un buen motivo para organizar una pequeña verbena. Existen además celebraciones religiosas-culturales que se llevan a cabo ligadas sobre todo a las fiestas patronales. En Semana Santa, las festividades comienzan el viernes de Dolores, cuando las familias levantan altares a la Virgen y preparan aguas frescas que regalan a los transeúntes. Las representaciones del Via Crucis y la posterior marcha del silencio, integran a la comunidad haciéndola partícipe activa de la representación.
Las fiestas religiosas de la Purísima Concepción, en el templo de San Juan y de San Francisco en el templo homónimo son las más importantes, y están seguidas de sendos festejos en las plazas, con la consecuente “quema de castillos” y verbenas en los espacios públicos.Estas prácticas dotan de sentido al espacio pues los individuos reconocen a estas dos plazas como los espacios más representativos del barrio. Es por eso que también son estos los que viven los más importantes procesos de rescate, conservación y restauración.
Ya en 2010, gracias al programa 3 x 1, se llevó a cabo la restauración del templo de San Francisco y el anexo teatro Fray Pedro de Gante. Migrantes que partieron del barrio para vivir en Estados Unidos aportaron sus recursos para que se hiciera posible la restauración de los espacios significativos que dejaron en un territorio al que de cierta forma aún se sienten ligados. Además, existe la iniciativa de crear una ruta peatonal para comunicar las dos plazas entre sí, y éstas a su vez con el centro de la ciudad.
Todos estos ejemplos muestran el elemento más importante que quiero señalar; los problemas de identidad, si bien toman como estandarte la conservación de inmuebles considerados históricos o de valor patrimonial para la comunidad son problemas del presente. No es de extrañarse que bajo el argumento de ‘preservar la identidad’, las comunidades se lancen a cruzadas en contra de intervenciones que modificarían sus estilos de vida, o viceversa, que exijan intervenciones que ayuden a mejorar unas condiciones de vida deterioradas o incluso para conservar su estilo de vida.
La comunidad busca preservar sus monumentos considerados patrimoniales, pero estos monumentos no tendrían significado por sí mismos, sino es la comunidad quien los dota de sentido y son la muestra del deseo de la comunidad por renovarse, por permanecer vigente ante los cambios que inevitablemente seguirán sucediendo. Es la propia sociedad la que se renueva y la búsqueda por preservar estos monumentos en los cuales han intentado materializar su historia, es una intención por buscar manifestar la perpetuidad del propio grupo que les creó y les mantiene vigentes.
Autor: Pedro Alfonso Muñoz Sánchez
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