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El Ahorcado del arroyo del "Muerto".



La siguiente leyenda es una versión que me contaron de niño, y con mucho gusto se las comparto a ustedes.

Un lamentable vicio que tenían nuestros hombres de inicios del sigo XX era el del alcohol y el juego de baraja. Apostar y beber eran sus actividades favoritas. Muchas veces, al apostar, dejaban a sus familias en la total miseria, perdían sus tierras, sus herramientas, sus casas y hasta sus esposas.
Este es el caso de un hombre llamado Ponciano, que era adicto al juego y a la bebida. En una noche de mala suerte el hombre perdió con un tahúr su casa y sus terrenos para sembrar. Alegando que el tahúr había hecho trampa, Ponciano sacó su cuchillo y se lo enterró en el cuello, dejando el cuerpo sangrante y agonizante del desafortunado jugador en el suelo de aquel lugar. Nadie ayudó al Tahúr, ya que todos huyeron por miedo a que la policía los inculpara.

Ponciano tenía su casa a las orillas del río del muerto, en la colonia que hoy conocemos como "palomares". Por el hecho, Ponciano tuvo que huir hacia lugar desconocido, para evitar ser arrestado. 
Regresó después de 8 años, cuando él calculó que el asunto ya estaba olvidado. Al regresar, encontró todo cambiado en su casa. La casa ya estaba habitada por una señora, una anciana que vivía sola, aunque, ella aseguraba lo contrario.

Al ver a Ponciano, lo reconoció al instante, como si lo conociera de toda la vida. Ponciano venía con toda la intención de recuperar su casa, sin importar quién estuviera en ella, pero, la amabilidad y el cariño con el cual la anciana lo trató, ablandó su corazón.
La anciana lo hace pasar a la casa, le invita un café y unos taquitos de frijolitos de la olla, recién hechos. Al probarlos, Ponciano quedó encantado del sazón de la anciana, y por un momento, el sabor de esos frijoles le hizo recordar a su madre, ya muerta años atrás.
La anciana, de la cual Ponciano jamás preguntó su nombre, comenzó a narrarle la forma en la cual llegó a habitar esa casa. Dijo que ella venía de un lugar muy oscuro y triste, donde vivía de manera lamentable, siempre recordando a un hijo que la dejó abandonada en aquél lugar. Que al llegar al lugar, vio deshabitada la casa y al no tener a dónde ir, decidió quedarse ahí.
Ponciano tenía sentimientos encontrados, por un lado, quería recuperar su casa, pero por otro, no quería desalojar a la anciana que en ese lugar encontró cobijo. Ponciano sentía en su corazón algo raro, no entendía por qué al ver a esa señora, recordaba mucho a su madre.
La señora retomó el tema de cómo su hijo la abandonó y de lo triste que se sintió en aquel momento. Se sintió tan triste que ella quería morirse. Ponciano la escuchaba atentamente, y al escuchar las palabras de la anciana, en su mente aparecían imágenes, como recuerdos de su infancia, de su adolescencia, de su juventud. Comenzó a recordar a su madre... y recordó que él también la había abandonado.
La historia de la anciana llegó al corazón de Ponciano, y con lágrimas en los ojos, le dijo a la anciana: "No se preocupe, señora. De ahora en adelante, nos haremos compañía los dos en esta casa ¿Le parece? A lo cual, la anciana contestó, pero con una voz cavernosa, parecía que tenía tres voces a la vez en lugar de una. El tono de la voz cambió por completo, de un tono dulce pasó a ser un tono agresivo, violento, lleno de maldad.... Al igual que su voz, la cara de la dulce ancianita cambió hasta convertirse en una cara demoníaca, sin ojos, sin carne y con los dientes completamente de fuera... Esa dulce figura se convirtió en un ser diabólico y horrible, y le dijo lo siguiente a Ponciano: "¡Maldito seas, hijo mal agradecido! ¡Yo soy esa madre que dejaste abandonada en aquel oscuro lugar! ¡Ha llegado tu momento de pagar!"
El ente demoníaco se lanzó contra Ponciano, tomándolo del cuello. Ponciano no podía luchar contra aquél ente del mal, y lo único que pudo hacer fue comenzar a orar. 
Con la fuerza de las oraciones, la anciana soltó a Ponciano, quien de inmediato salió corriendo de ahí, lanzando gritos de terror.

Después de eso, Ponciano perdió la razón... La gente lo veía por las calles, babeando, con la mirada perdida... una mirada llena de terror, volteando para todos lados.

Ponciano vivió así algunos meses, pero, al fin decidió quitarse la vida, porque ya no soportaba recordar la imagen de su madre, que después de muerta, vino a reclamar su injusta decisión de abandonarla.
Cuenta la gente del lugar, que en las noches de lluvia, entre relámpago y relámpago, aun se puede ver la figura colgante de Ponciano, justo en el mismo árbol en el que se quitó la vida hace más de 100 años.

Por: Luis Enrique Torres Palafox

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