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La leyenda del cochero sin cabeza de la calle Pedro Moreno!!!






Por: Luis Enrique Torres Palafox

Esta leyenda me la contó un maestro que tuve en la secundaria, y con gusto la comparto con ustedes.
Épocas virreinales, donde los dueños de todo el Valle de Señora eran los españoles que habían llegado a reclamar estas tierras en nombre del reino de España. 
Uno de esos españoles, poseía gran parte del terreno colindante con el río, hoy conocido como "de los Gomez" y tenía bajo su mando a esclavos de estas tierras. Como ustedes saben, los indígenas fueron maltratados y discriminados por los peninsulares, a tal grado de considerarlos como "bestias de carga" o "animales para el trabajo".
Un joven esclavo tuvo la oportunidad de ver de lejos a la hija del español, y quedó maravillado por la belleza y el porte de la linda joven, enamorándose al instante.
Como pudo, este valiente y arriesgado joven se acercó a la casa de los señores, para conocer más de cerca a aquella mujer que para él era un hermoso ángel bajado del cielo. Aun más arriesgado, se atrevió a hablarle alguna vez. Contrario a lo que podía pensarse, la hermosa chica no discriminó al joven, al contrario, correspondió sus intenciones amorosas, comenzando así un romance arriesgado, y a la larga, mortal.

Un mayordomo de la casa grande se dio cuenta del idilio, y ni tardo ni perezoso se aprestó a informar a su patrón. Éste, enfurecido, encerró a su hija en la casa y le prohibió salir de ella, y de inmediato, mandó arrestar al joven esclavo. 

Hizo que lo llevaran ante su presencia para interrogarlo. Cuando lo tuvo frente a él, comenzó a cuestionarle su atrevimiento. El joven, valientemente no negó sus sentimientos hacia su hija, enfureciendo más al español. 

El español, al darse cuenta que su hija correspondía al esclavo, pensó en sobornar a éste, ofreciéndole gran cantidad de dinero para que se largara del lugar, a lo cual, el joven se negó rotundamente, ya que al alejarse, jamás volvería a ver a la dueña de sus amores.
Ante la negativa, el cruel español ordenó a sus sirvientes que golpearan al joven hasta matarlo, y que su cuerpo fuera arrojado al río, para ocultar la evidencia.
Así fue hecho. El joven fue asesinado, y su cuerpo fue llevado por dos de los sirvientes al río en una carreta para arrojarlo ahí.

Al estar a punto de arrojarlo, de repente, apareció un anciano, vestido de monje franciscano. Era una especie de ermitaño que deambulaba por ese lugar. Se dirige hacia los asesinos y les pregunta por el contenido del costal que iban a arrojar al río, a lo cual, los sirvientes le contestan que era un costal de papas podridas que llevaban a tirar por estar incomibles.
El anciano les pidió que le regalaran el costal, porque él era muy pobre y no tenía para comer, así que esas "papas" serían para él un suculento manjar.

Los sirvientes pensaron en entregarle el cuerpo e inculparlo del delito de asesinato, para así salvar a su amo de las investigaciones de las autoridades por la desaparición del joven.
Cuando los sirvientes le entregaron el cuerpo, los ojos del anciano comenzaron a ponerse blancos, y con el cuerpo del muchacho en sus brazos, comenzó a elevarse por los aires, lanzando fuertes risotadas que congelaron la sangre de los asesinos.

Uno de ellos, cayó fulminado por el susto, muriendo al instante, el otro, en cuanto pudo reaccionar, corriendo como alma que lleva el diablo, se subió a la carreta para emprender la huida. 
Al ir a gran velocidad, una de las llantas delanteras de la carreta topa con una gran roca, provocando que el asesino saliera volando por los aires, cayendo justo frente a la carreta que venía hacia él con exagerada velocidad. Una de las llantas de la carreta pasó justo por el cuello del asesino, cercenando de tajo la cabeza del desgraciado.

Por el susto, el cuerpo sin cabeza del sirviente se levantó de inmediato, y en veloz carrera, alcanzó la carreta hasta subirse de nuevo en ella por el camino que hoy conocemos como la calle "Pedro Moreno", cayendo al fin muerto a la altura de lo que hoy conocemos como Catedral de nuestra señora de la Luz.
Cuentan los antiguos vecinos de esa calle, que en las noches oscuras donde no hay luna que ilumine los cielos oscuros, se escucha la carreta pasar por mencionada calle. Los más arriesgados se atrevían a asomarse a sus ventanas para verla, descubriendo que la carreta llevaba un pasajero... un pasajero sin cabeza.

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